Esta web utiliza cookies propias y de terceros para recopilar información que ayuda a optimizar la visita, aunque en ningún caso se utilizan para recoger información de carácter personal.

Más información

Cortijo Blanco

Cortijo Blanco

El cantar del gallo nos avisa que amanece un nuevo día, se levanta la gente a faenar. Aquel muchacho mira al cielo en una mañana gris de invierno, para comprobar si el cielo amenaza con llover, pero la necesidad hizo que en compañía de su burro, amigo de los caminos, bajar al pueblo para vender sus mercancías.

En el camino comienza la tormenta, pero el muchacho sigue hacia delante sin saber lo que le destino le tenía escrito. La lluvia cada vez más intensa hace imposible el caminar, lento el paso de su borrico, las gotas resbalan por el rostro y el deseo de llegar pronto a un cobijo aumenta por segundo.

A lo lejos ya se percibe el Cortijo Blanco, que recibe el nombre de sus paredes encaladas, tanta blancura que se percibe en todo los alrededores resaltando con el azul del cielo y el verdor de sus campos. La inquietud hizo subirse de nuevo a su podenco para apresurar su andar, se aproxima al río Seco caudaloso por las lluvias del invierno, el miedo se hace palpable, no comprueba si el río se podía cruzar, un ensordecedor trueno y un golpe de agua arrancan al muchacho y a su burro del camino.

Los gritos del joven alertan a los vecinos que salen para averiguar lo que sucedía y observaron como las aguas torrenciales llevaban abrazado al muchacho y su animal, los vecinos impotentes vieron como se alejaba entre las aguas.

Entre lágrimas y gritos la madre desolada busca entre los cañaverales, junqueras y riberas a su hijo pero no aparecía, pasan los días y los presentimientos se hacen realidad. Un pastor que llevaba a su rebaño a saciar la sed en una laguna formada en los inviernos lluviosos encuentra el cadáver del muchacho con su borriquillo amigo fiel, el compañero de camino le acompañó hasta la muerte y juntos andan por otros caminos.